El ejercicio no sólo entrena los músculos, sino que también puede prevenir el desarrollo del hígado graso.

Un nuevo estudio del Centro Alemán de Investigación sobre la Diabetes (DZD), el Helmholtz de Múnich y el Hospital Universitario de Tubinga muestra qué adaptaciones moleculares, en particular de las mitocondrias del hígado, pueden observarse en este proceso, según publican sus autores en la revista Molecular Metabolism.

En todo el mundo, una de cada cuatro personas padece una enfermedad hepática no alcohólica (NAFLD), también llamada enfermedad hepática metabólica. Los afectados suelen padecer diabetes de tipo 2, así como un mayor riesgo de cirrosis hepática y enfermedades cardiovasculares.

Además, la NAFLD se asocia a un aumento de la mortalidad. Se habla de un desequilibrio entre la ingesta y el consumo de energía como causa de la enfermedad. Esto conduce a la formación de depósitos de grasa en el hígado y, con el tiempo, deteriora la función de las mitocondrias, ambos factores de riesgo para el desarrollo de la resistencia a la insulina hepática y la inflamación del hígado.

Cómo el ejercicio modifica la adaptación del hígado al aumento del consumo de energía. Para prevenir y tratar el HGNA, se recomienda modificar el estilo de vida con un aumento de la actividad física.

Los científicos del Instituto de Química Clínica y Patobioquímica del Hospital Universitario de Tubinga y del Instituto de Investigación sobre la Diabetes y las Enfermedades Metabólicas (IDM) del Instituto Helmholtz de Múnich de la Universidad de Tubinga investigaron hasta qué punto el ejercicio regular modifica la adaptación del hígado al aumento de la ingesta energética y qué papel desempeña el músculo esquelético en este proceso, en colaboración con colegas del Instituto de Genética Experimental (IEG) del Helmholtz de Múnich, el Instituto Leibniz de Ciencias Analíticas de Dortmund y el Instituto de Física Química de Dalian (China).

En el estudio realizado por las doctoras Miriam Hoene y Lisa Kappler, se alimentó a ratones con una dieta muy energética. Algunos también recibieron un entrenamiento regular en cinta de correr. Tras la intervención de seis semanas, los investigadores examinaron el hígado y los músculos de los animales para comprobar los cambios en el transcriptoma, el proteoma mitocondrial, la composición lipídica y la función mitocondrial.

Los resultados mostraron que el entrenamiento regulaba importantes enzimas de degradación de la glucosa y la fructosa en el hígado, así como el metabolismo mitocondrial del piruvato. De este modo, se puede reducir la carga de sustrato para la respiración mitocondrial y la síntesis de lípidos.

Como consecuencia, se almacena menos grasa en el hígado y se reducen los lípidos específicos, como las especies de diacilglicerol. Además, el control de la glucosa mejora en los ratones entrenados en el ejercicio. Además, una mayor capacidad respiratoria de los músculos esqueléticos alivia el estrés metabólico del hígado.

Los datos de la biología de sistemas ofrecen una visión completa de la adaptación molecular del hígado y los músculos a una dieta alta en energía, al entrenamiento y a los efectos combinados.

“Los resultados encajan muy bien con los planteamientos de los estudios clínicos en curso en los que se prueban inhibidores contra algunas de las dianas encontradas aquí, como el transportador mitocondrial de piruvato -resalta la científica del DZD, doctora Cora Weigert, directora del estudio y profesora de diabetología molecular en el Hospital Universitario de Tubinga-. También demuestran que la actividad física regular regula muchos objetivos al mismo tiempo nodos clave de las vías metabólicas, un efecto que no se puede conseguir con la monoterapia”.

 

Fuente: infosalus.com

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