Las palabras que usamos para describir enfermedades mentales y trastornos por uso de sustancias tóxicas (adicción al alcohol y otras drogas legales e ilegales) pueden afectar a los sentimientos de las personas y disminuir la probabilidad de que las estas personas busquen ayuda especializada e incluso podría afectar a la calidad de la ayuda que reciben.

Algunas investigaciones indican que el estigma (actitudes negativas hacia las personas basadas en características distintivas) contribuye de diferente forma a tener unos peores resultados de salud; en consecuencia, se ha identificado el lenguaje y el uso de las palabras como un foco crítico para estudios e intervenciones enfocadas a superar el estigma creado por el lenguaje y a superar estereotipos.

Los investigadores y los equipos médicos pueden ayudar a reducir el estigma eligiendo cuidadosamente las palabras que usan para describir las condiciones de salud mental y las adicciones y las personas que se ven afectadas por ellas. El lenguaje juega un papel importante en la configuración de los pensamientos y creencias de las personas, y la comunicación científica a veces puede ser un vector inadvertido de estereotipos y suposiciones dañinas. Utilizar un lenguaje y los términos científicamente precisos que presenten la experiencia de pacientes que padecen afecciones psiquiátricas sin devaluarlos puede afectar positivamente su autoestima y la forma en que son tratados dentro de la atención médica y en la sociedad en general.

Las enfermedades mentales y los trastornos por uso de sustancias tóxicas, incluyendo el alcohol y el tabaco, siempre han sido problemas de salud estigmatizados. A pesar de los avances de las últimas décadas en la educación de los equipos de atención médica y del público sobre los fundamentos genéticos y neurobiológicos de estas afecciones, el estigma persiste. Se considera que los esfuerzos para reducir el estigma son un componente importante para eliminar las barreras en la atención, especialmente dado que el 35% de las personas con enfermedades mentales graves en los EEUU, y casi el 90% de las personas con trastornos por uso de sustancias, no reciben tratamiento. El estigma es uno de los factores que pueden limitar la utilización de los servicios de salud y de tratamiento. Por ejemplo, las personas con un trastorno por consumo de alcohol, perciben un alto grado de estigma público hacia ellos y por su afección tenían aproximadamente la mitad de probabilidades de buscar ayuda en comparación con las personas que percibían un bajo grado de estigma.

Incluso los equipos y profesionales sanitarios a veces estigmatizan a las personas con enfermedades mentales. Ello puede reducir la probabilidad de que a las personas con enfermedades mentales se les ofrezca o reciban el tratamiento adecuado o se las remita para recibir atención especializada. Se están realizando esfuerzos para reducir el estigma de los profesionales sanitarios. En un estudio reciente, el testimonio de pacientes que se beneficiaron del tratamiento para enfermedades mentales redujo el estigma entre los estudiantes de medicina. Dichos enfoques podrían ayudar a mejorar la probabilidad y la calidad de la prestación en la atención de la salud mental.

Los efectos dañinos adicionales del estigma surgen cuando se internaliza, por las propias personas afectadas, lo que se conoce como autoestigma. Si sufren autoestigma disminuye significativamente el interés en buscar ayuda por problemas de salud mental. Las investigaciones muestran que el autoestigma impacta negativamente en la recuperación de las personas con enfermedades mentales graves al disminuir su autoestima y reduce su esperanza de recuperación, afecta a sus relaciones sociales y empeora sus síntomas psiquiátricos. Los estudios también sugieren que el autoestigma aumenta la conducta evitativa y el riesgo de suicidio y además reduce la adherencia al tratamiento.

El estigma que sufren las personas con trastornos por uso de sustancias ha demostrado que es difícil de superar. El público en general, sigue viendo estos trastornos como defectos de carácter o incluso como desviaciones, lo que contribuye a una mentalidad reacia al tratamiento incluso entre algunos médicos y otros responsables de la atención médica. La adicción es un trastorno cerebral, una enfermedad, y como tal, debe considerarse tratable como cualquier otra afección médica.

Hace más de una década, investigadores de Harvard realizaron un estudio pionero que muestra el poder de la elección de las palabras para determinar la motivación de los profesionales para tratar o no a las personas con trastornos adictivos. En un estudio que utilizó viñetas para explicar los casos, los médicos con nivel de doctorado en salud mental y adicción aconsejaban un castigo (por ejemplo una sentencia de cárcel) en lugar de un tratamiento para un personaje, cuando se describía que ese individuo “abusaba de sustancias” y aconsejaban terapia cuando se le describía que tenía un “trastorno por uso de sustancias”; todas las demás palabras de las descripciones eran idénticas. Este hallazgo se ha replicado con profesionales de la salud mental y en otros grupos.

Dada la persistencia de términos implícitamente estigmatizantes como “adicto”, “alcohólico”, “abusador”, etc., incluso en la literatura profesional, tal vez no sea sorprendente que la brecha de tratamiento sea aún mayor para los trastornos por uso de sustancias tóxicas que para otras afecciones psiquiátricas. A pesar de que Estados Unidos, está en medio de una crisis de opioides devastadora y ampliamente publicitada, y a pesar de la existencia de tres medicamentos eficaces para tratar el trastorno por uso de opioides, en 2019 sólo el 18% de las personas con el trastorno recibieron medicamentos para tratarlo; en el mismo año, menos del 2% de las personas con el trastorno por uso de opioides recibieron alguno de los medicamentos eficaces.

En 2019, más del 17% de las personas con un trastorno por consumo excesivo de alcohol u otras sustancias tóxicas informaron que no buscaron tratamiento debido a la preocupación de que sus vecinos o la comunidad tuvieran una opinión negativa de ellos. Además, las dolorosas experiencias previas de discriminación en entornos de atención médica pueden hacer que las personas con adicción eviten buscar tratamiento. Al igual que el estigma asociado a otras enfermedades mentales, el estigma en torno a la adicción se internaliza por el propio afectado como una fuente constante de vergüenza, y el angustioso aislamiento resultante puede conducir a un mayor consumo de sustancias.

El estigma en torno a los tratamientos para la adicción también es un problema. Por ejemplo, la creencia persistente de que los medicamentos agonistas para el trastorno por uso de opioides (metadona y buprenorfina) “simplemente sustituyen una adicción por otra” ha ayudado a perpetuar su baja implementación en los entornos de atención médica y en la justicia. El término ampliamente utilizado «tratamiento asistido por medicamentos» también estigmatiza estas farmacoterapias como menos que adecuadas por derecho propio y como distintas de los medicamentos para otras afecciones médicas, que simplemente se denominan medicamentos para tratar el cáncer, el VIH, la hipertensión, etc. “Medicamento para tratar el trastorno por uso de sustancias”, o más específicamente, “medicamento para tratar los trastornos por uso de opioides” o “medicamento para tratar el consumo excesivo de alcohol”, son los términos que deberían usarse. Se ha de tener en cuenta que, al igual que con otros trastornos mentales, existe un beneficio mutuo tanto de las farmacoterapias como de los tratamientos conductuales, psicoterapias, para los trastornos por uso de sustancias.

Lenguaje centrado en la persona

Las normas del lenguaje cambian continuamente y no todos los grupos de pacientes están necesariamente de acuerdo en los términos preferidos. Pero en términos generales, se alienta a los investigadores, médicos y otras personas que interactúan con los trastornos mentales y por uso de sustancias tóxicas, o se comunican sobre ellos a que reemplacen los términos y etiquetas que pueden ser potencialmente estigmatizantes por un lenguaje neutral y centrado en la persona. El lenguaje centrado en la persona refleja que el trastorno o la enfermedad es sólo un aspecto de la vida de una persona, no la característica definitoria.

Usando un enfoque centrado en la persona, por ejemplo, alguien debería describirse como “una persona con esquizofrenia” o “una persona con psicosis”, en lugar de ser descrito como “esquizofrénico” o “psicótico”. De manera similar, en lugar de describir a una persona con adicción a las drogas como un “adicto” o “abusador”, refiérase a ella como si tuviera un trastorno por uso de sustancias o una adicción; ambos son aceptables, incluso si el primero es más preciso. Del mismo modo, nos deberíamos referir a alguien como “una persona con un consumo de alcohol excesivo o tóxico ” en lugar de “un alcohólico”. Además, la palabra “alcohólico” no debe utilizarse como adjetivo; por ejemplo, el término “enfermedad hepática asociada al alcohol” debe usarse en lugar de “enfermedad hepática alcohólica”, para disminuir el impacto potencial del estigma en la atención de las personas con enfermedad hepática, incluidas las que necesitan un trasplante de hígado.

También se debe tener cuidado de evitar terminología que implique un juicio de valor negativo. Por ejemplo, al referirse al suicidio, se debe tener cuidado de decir “murió por suicidio” en lugar de “se suicidó”, ya que “cometer suicidio” connota criminalidad o pecado. Los intentos de suicidio tampoco deben describirse como “exitosos” o “infructuosos” (o “fallidos”). En su lugar, utilice “sobrevivió a un intento de suicidio”, tal como se podría describir a una persona que ha sobrevivido a un cáncer o a un ataque cardíaco.

De manera similar, en el contexto del uso de sustancias, las palabras “limpio” y “sucio” deben evitarse cuando se refieren a resultados de toxicología de drogas (es decir, análisis de orina negativos o positivos); tampoco debe usarse “limpio” para referirse a la abstinencia de drogas o en recuperación de un trastorno por consumo de drogas. Y lo que es más importante, la palabra “abuso”, tanto como sustantivo como verbo, debe reemplazarse por “mal uso” o simplemente “uso”. Aunque el “abuso” fue una vez una categoría de diagnóstico y todavía aparece como tal en algunas encuestas, su eliminación del DSM-5 en 2013 reflejó un cambio progresivo importante hacia la conceptualización de las personas con adicción como personas con una condición médica tratable en lugar de culpables de mala conducta.

En la literatura y en algunos sitios web (NIDA y NIAAA, en sus siglas en inglés) se encuentran disponibles pautas integrales para la comunicación sobre enfermedades mentales y trastornos por uso de sustancias de una manera no estigmatizante. Pero dado que los principios del lenguaje no estigmatizante no siempre son consistentes entre los grupos y dado que las normas del lenguaje cambian, es importante que los investigadores y las instituciones se relacionen directamente con las comunidades afectadas por las condiciones que estudian para comprender qué prefieren esas comunidades.

El estigma es particularmente difícil de eliminar, incluso con intervenciones educativas y de otro tipo, y el lenguaje cuidadosamente considerado es sólo una parte para abordarlo. Pero también es una de las formas más inmediatas en que los investigadores y otras personas que se comunican sobre las condiciones estigmatizadas pueden efectuar cambios. La terminología apropiada puede fomentar la información centrada en la persona, y que refuerce implícitamente que los individuos afectados merecen compasión y cuidado y también indica lo que la ciencia ha demostrado en este caso: que en muchos o en la mayoría de los casos, las enfermedades mentales y los trastornos por uso de sustancias tóxicas pueden ser tratados o manejados, y que las personas pueden lograr su recuperación.

 

Fuente: nature.com

Referencia: Volkow, N.D., Gordon, J.A. & Koob, G.F. Choosing appropriate language to reduce the stigma around mental illness and substance use disorders. Neuropsychopharmacol. 46, 2230–2232 (2021). https://doi.org/10.1038/s41386-021-01069-4

Artículo traducido y adaptado por ASSCAT

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