Tortosino de nacimiento, desde 1985 el Dr. Antoni Rafecas es miembro de la Unidad de Transplante Hepático del Hospital Universitario de Bellvitge y entre 2003 y 2010 fue jefe del Servicio de Cirugía General y del Aparato Digestivo.

Durante su carrera profesional, el Dr. Rafecas ha compaginado la cirugía con la investigación en el IDIBELL y la docencia en la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la UB, como profesor titular de Universidad desde 2001 y de 2017 a 2021 como director del Departamento de Ciencias Clínicas. El Dr. Rafecas se ha jubilado en abril de 2022.

¿Cómo fueron sus orígenes como médico? ¿Tenía algún referente en la familia?

Nací en el seno de una familia que vivía encima de la farmacia del abuelo. El hermano de mi madre, el tío Paco Renau, era otorrinolaringólogo, muy reconocido en Tortosa y comarca. Desgraciadamente falleció con tan sólo 49 años y su entierro fue multitudinario, lo que demostró el cariño que le tenían tantos y tantos pacientes. El otro referente fue nuestro médico de familia, el Dr. Franquet. De ellos aprendí el espíritu de servicio, a procurar solucionar los problemas de salud de los pacientes y estar siempre a su lado, especialmente en los momentos más difíciles.

¿Siempre tuvo claro que quería ser cirujano?

Sí, mi tío operaba en la pequeña clínica que formaba parte de su casa y a mí me llamaba mucho la atención el pequeño quirófano donde se operaban las amígdalas y las vegetaciones. Cuando entré a realizar prácticas voluntarias en el Clínic como estudiante interno, me acabé de decidir por la cirugía general. Hice la residencia como MIR en la llamada entonces “Ciudad Sanitaria Príncipes de España” entre 1978 y 1982, en el Servicio de Cirugía B, del Dr. Sitges Creus, que fue el Jefe de Departamento de Cirugía entre 1972 y 1990. En verano de 1985 me incorporé como adjunto al mismo servicio, en la Sección de Patología Hepática, Biliar y Pancreática, con el trasplante hepático incluido. El equipo estaba liderado por el Dr. Eduard Jaurrieta, uno de los pioneros, el año anterior al primer trasplante hepático en España.

¿Volvería a escoger ahora la misma especialización? ¿Cómo la ha vivido a lo largo de los años?

Sí que lo volvería a hacer. Es un área que ha evolucionado muchísimo en estos años, y no sólo bajo el punto de vista tecnológico con los aparatos quirúrgicos para cirugía hepática o la cirugía mínimamente invasiva, vídeo asistida y la robótica, sino también en el campo de la anestesiología, del diagnóstico e intervencionismo por imagen, de la inmunología, de los fármacos inmunosupresores, antimicrobianos, del tratamiento de las hepatitis y del VIH, y, cómo no, de los tratamientos oncológicos, con todo lo que ha representado por el aumento de la supervivencia de los pacientes trasplantados y oncológicos. Pero, sobre todo, he visto cómo se ha consolidado el trabajo en equipo y multidisciplinar, tanto asistencial como científicamente, aspecto que todavía no existía en la década de los 80 y que era el objetivo de algunas personas con especial visión de futuro.

¿Cómo era el Hospital de Bellvitge de 1985?

Lo dirigía el Dr. Capdevila, una de las personas que más amó este hospital, a pesar de todo. Se cumplía un año del primer trasplante hepático, que había revolucionado y tensionado los dos servicios de Cirugía (A y B) de aquella época, el de Gastroenterología y, en general, el hospital. Siempre ha sido un hospital de mucho trabajo asistencial con guardias duras y exigentes, y así lo vivíamos: «parece un hospital de campaña», pero siempre noté y viví un buen ambiente entre todos los estamentos: enfermería, residentes, celadores, personal administrativo y de servicios, personal facultativo… Sentíamos el hospital como nuestra casa. Entre 1985 y 1990 tuvieron lugar diversas situaciones difíciles: el tema del sida, una huelga de médicos que duró casi dos meses, accidentes estructurales… Y también nos afectaba el trato diferencial que recibía como hospital que no era uno de los grandes de Barcelona. Pero creo que todo esto nos hizo estar más unidos con el espíritu de superación de Bellvitge.

¿Y cómo lo ha visto evolucionar, ahora que cumple 50 años? 

Yo diría que muy bien. Si siempre había estado orgulloso de trabajar en Bellvitge, ahora aún más al ver el nivel de excelencia y reconocimiento que se ha alcanzado en muchas áreas, destacando especialmente las quirúrgicas y de trasplante.

¿De qué proyectos en los que ha participado está más satisfecho, echando la vista atrás?

El programa de trasplante hepático, por la intensidad de la dedicación que me ha supuesto y por cómo está actualmente.

Ha sido miembro y secretario del Comité de Ética Asistencial (CEA) del HUB. ¿Qué puede contarnos?

Me vinieron a buscar a principios de 2014 porque hacía falta una persona que pudiera aportar su experiencia en el ámbito de la Cirugía General y acepté, siempre pensando que, si podía hacer algo más por el hospital, lo tenía que hacer. Durante estos últimos ocho años he intentado aportar mi experiencia y valores éticos como cirujano general y he colaborado como secretario en los últimos tres años. Ha sido una experiencia personal muy satisfactoria. He aprendido mucho de todas las personas integrantes del comité, que siempre piensan en el beneficio de pacientes y profesionales y en el buen nombre del HUB, el ICO y el Hospital de Viladecans, los componentes de nuestro CEA.

Durante estos 37 años ha compaginado la práctica médica con la investigación y la docencia universitaria. ¿Qué vasos comunicantes existen entre las tres disciplinas?

Los hospitales universitarios deben caracterizarse por hacer una buena docencia, evidentemente. Esto no sería posible si no hay una buena asistencia, incluso excelente diría yo. Y para ello es necesario mantener siempre el espíritu de búsqueda y mejora constante, que nos hace avanzar a todo el mundo por el beneficio de la sociedad a la que servimos.

Siempre en contacto con la universidad, ¿cuáles cree que son los retos de las nuevas generaciones de médicos y cirujanos que se están graduando ahora?

Humildemente lo digo: el reto principal que tienen es no dejarse “dominar” por la tecnología y esforzarse por mantener siempre el espíritu humanista de nuestra profesión: escuchar, curar y cuidar a los pacientes. 

Ahora que se jubila, ¿seguirá vinculado de algún modo al mundo académico y al hospital?

Decidí cerrar esta etapa de mi vida tanto en el hospital como en la universidad, dejando paso definitivamente a las personas que me siguen en ambos lugares y empezar otros planes con mi familia.

¿Qué representa para usted el “orgullo Bellvitge”?

Un espíritu de superación constante y, como antes comentábamos, de vencer dificultades. La oportunidad de haber sido una de las personas que humildemente ha contribuido a realizar el hospital que tenemos ahora es una gran satisfacción personal.

¿Hay algo que quisiera añadir?

Agradecer a todas las personas que me han ayudado, a las personas con las que he compartido tantas experiencias, y a las que han confiado en mí a lo largo de todos estos años. Y pedir disculpas si a alguien he podido decepcionar o no tratar adecuadamente.

 

Fuente: bellvitgehospital.cat

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