Entrevista al Dr. Javier Crespo, especialista en medicina digestiva y presidente de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD)
Como hepatólogo de referencia en España, ¿está nuestro país a la vanguardia mundial en cuanto a la atención del paciente hepático?
La hepatología es un área de la medicina que, aunque hasta el momento no está incluida en el catálogo de especialidades médicas en España, las enfermedades de las que se debe ocupar si están perfectamente delimitadas, las técnicas diagnósticas que precisa y las acciones terapéuticas a su disposición. La existencia de datos objetivos que permitan medir los resultados en salud no son un punto fuerte de nuestro sistema sanitario, por lo que pondré dos ejemplos que, aunque indirectamente, nos permiten asegurar que la atención hepatológica en nuestro hospital está a la vanguardia del mundo.
En primer lugar, nuestra capacidad trasplantadora, que hace que la posibilidad de recibir un trasplante de hígado sea mayor en España que en ningún otro país del mundo; y recibir un trasplante de hígado es uno de los procedimientos más complejos de una unidad de Hepatología. Un segundo ejemplo lo constituye la atención a los pacientes con hepatitis C. Como todos sabéis, España es uno de los cuatro países del mundo que se encuentran en posición de eliminar la hepatitis C en los plazos marcados por la OMS, lo que significa que se han hecho bien muchas cosas. Y, por último, el alto nivel alcanzado por la hepatología en nuestro país ha supuesto una elevada presencia científica en los congresos anuales de la especialidad y en forma de múltiples publicaciones, tanto en las revistas de hepatología como en las generales, de gran factor de impacto. Igualmente, es elevada la presencia de hepatólogos nacionales en las sociedades internacionales asumiendo cargos directivos y participando en múltiples ponencias científicas. Probablemente hay otros muchos datos que no menciono u olvido, pero para hacernos una idea de esta apasionante especialidad, son suficientes.
Por supuesto todo es mejorable, si estuviese en su mano elegir, ¿qué aspectos de la sanidad pública cambiaría para mejorar los servicios de hepatología?
Como muy bien dices, la atención a los pacientes con una enfermedad hepática es, en general, muy buena en España. Pero existen grandes áreas de mejora, que intentaré sintetizar en dos o tres puntos:
- El reconocimiento de la Hepatología como un área de capacitación avanzada dentro de la especialidad de Digestivo es un aspecto clave y por el que venimos trabajando desde hace más de una década, con menos éxito del que nos gustaría. Este reconocimiento llevaría aparejado una mayor especialización en la atención de los pacientes con enfermedades hepáticas en todos los hospitales de nuestro país con la mejora asistencial consiguiente.
- La incorporación, en todos los niveles asistenciales, de las enfermeras en la atención de nuestros pacientes. Sin duda, este aspecto es clave para mejorar la atención de nuestros pacientes, especialmente los pacientes con enfermedades crónicas. Los cuidados, y no sólo el tratamiento, se deben incorporar a nuestro día a día.
- Los hepatólogos tenemos que conseguir, mediante exploraciones no invasivas y muy sencillas, identificar a los pacientes con una enfermedad hepática avanzada en la población general. En este sentido, incluir en la analítica general un índice como el FIB-4 (u otro similar) pudiera ser un paso determinante en este sentido.
- Incluir entre estrategias y planes de acción de las agencias de salud, las enfermedades hepáticas crónicas, y especialmente, las hepatitis víricas (ya ampliamente reconocidas), la enfermedad hepática por depósito de grasa y la enfermedad hepática relacionada con el consumo de alcohol, sin duda, la hermana pobre de la familia.
- Tendremos que hacer un enorme esfuerzo por difundir el conocimiento de esta enfermedad tanto entre la población general como entre los profesionales sanitarios, intentar que los servicios de salud pública entiendan la necesidad implantar programas de prevención a todos los niveles y entender que la salud hepática y una actividad física y peso adecuados, están íntimamente unidos.
- Y, finalmente, incorporar el concepto de rehabilitación hepática a nuestro arsenal terapéutico. ¿Alguien entendería la recuperación de un infartado cardiaco sin una rehabilitación adecuada? Pues debemos hacer entender a nuestras autoridades, y también a nuestros pacientes y profesionales, que la pérdida de peso y la dieta mediterránea, dos armas muy poderosas para luchar contra esta enfermedad, deben enseñarse y entrenarse.
La pandemia que estamos viviendo está afectando a la atención de todos los pacientes no COVID, ¿qué efectos puede tener esto a medio y largo plazo?
Las evidencias que sugieren un deterioro global de la atención a muchas patologías son cada vez mayores. Aunque las consecuencias de la disminución de la actividad asistencial todavía no se conocen con certeza, se ha producido un notable retraso en el diagnóstico y tratamiento de algunas patologías. En un estudio avalado por la SEPD, se demostró una reducción del 75% en la realización de endoscopias y de cerca del 90% en las cirugías de hepatocarcinoma en la primera ola. Algo similar sucedió con las consultas y las ecografías. Pero donde el efecto fue más espectacular, fue en la actividad de trasplante en nuestro país, disminuyéndose la actividad de trasplante (de nuevo en la primera ola) desde 16 hasta 8 trasplantes al día.
La adaptación de nuestro sistema sanitario a una pandemia mantenida ha hecho que la actividad asistencial se haya recuperado en gran medida, pero no será hasta el año 2022 ó 2023 donde veremos las verdaderas consecuencias de esta trágica crisis, que con toda probabilidad se traducirán en un incremento de la morbimortalidad durante el año 2020 y 2021 no relacionada con la COVID.
Si somos capaces de aprender algo de esta época oscura, nuestro sistema sanitario debiera ser reforzado, especialmente la atención primaria y los órganos responsables de la salud pública. Pero, las señales que se perciben hasta el momento son desoladoras. Necesitamos, tenemos que ser máximamente exigentes con nuestras autoridades sanitarias y políticas; la inversión pública en sanidad debe subir al menos dos puntos del PIB, es innegociable la colaboración público-privada y, además, la inversión en I+D+i debe, al menos, duplicarse.
Centrándonos en lo profesional, pero sin obviar lo personal, ¿cómo ha vivido usted la pandemia?
El inicio de la pandemia estuvo marcado por la incertidumbre, incluso por cierto temor a lo desconocido, por la impotencia generada por una escasez de recursos que nos parecía inconcebible en una sociedad avanzada como la nuestra, por el sufrimiento de muchos pacientes que fallecían alejados de los suyos. Pero, también durante esta primera fase de la pandemia, al menos en los hospitales que conozco, se produjo una enorme ola de solidaridad, entre nosotros los profesionales, pero también con los pacientes, un formidable espíritu de superación; se formaron equipos multidisciplinares de atención a los pacientes COVID en tiempo record, se redistribuyó la actividad asistencial en decenas de ocasiones, para adaptarnos a una situación profundamente cambiante, sin horarios y sin compensaciones, con miedo, pero con alegría y fe en la superación.
Pero, pasados los meses, pasado ya más de un año del inicio de la pandemia, los sentimientos (al menos en mi caso) de frustración e impotencia vuelven a aflorar; la increíble y, siento decirlo, nefasta actuación de muchos de nuestros políticos, los continuos cambios de opinión con respecto a medidas que afectan a nuestros más elementales derechos, una estrategia vacunal que cambia cada tres cuartos de hora sin apoyarse en ninguna evidencia científica, la ausencia de un debate reflexivo sobre la mayor crisis sanitaria de los últimos años, una necesaria e imprescindible auditoría sobre la actuación frente a esta pandemia que no se vislumbra (pero no con ánimo represivo, sino con ánimo de aprender de los errores cometidos para evitar su repetición), en fin…podría dar alguna razón más que me hace ser, cuando menos, escéptico sobre cualquier aspecto positivo derivado de esta plaga.
Usted está muy comprometido con el objetivo de eliminación de la Hepatitis C y ha abogado por aprovechar la pandemia para aumentar el testeo de este virus. ¿Por qué cree que esto no se ha llevado a cabo?
A principios de 2020, la eliminación del VHC parecía estar al alcance de la mano, pero la pandemia de la COVID-19 indujo una grave alteración de nuestro modelo de asistencia sanitaria. En relación con el VHC, se ha modelizado que la detención de los programas de eliminación puede poner en riesgo los plazos “ordenados” por la OMS. Por este motivo, y dado que la práctica totalidad de la población se vacunará contra el SARS-CoV-2, debemos aprovechar esta ventana y ofrecer el cribado del VHC a todas las personas que se sometan a un prueba diagnóstica frente a la COVID-19. De la misma forma, si somos capaces de vincular la inmunización frente al SARS-CoV-2 al cribado de la hepatitis C, el paso será de gigantes. Y si acompañamos estas dos acciones al restablecimiento de nuestra actividad asistencial previa a la pandemia, las consecuencias serán mucho menores de las previstas. Esta vinculación ha sido avalada por 17 sociedades científicas y algunas asociaciones de pacientes, como la vuestra. Nuestra obligación es hacer florecer las oportunidades en tiempos de crisis.
¿Es realista pensar que España puede cumplir con el objetivo de eliminación del VHC a corto plazo? ¿Por qué?
Sí, estoy convencido. La puesta en marcha del Plan Estratégico para el Abordaje de la Hepatitis C en el Sistema Nacional de Salud (PEAHC) en 2015 supuso un hito en el abordaje de esta enfermedad en España, que ha permitido que más de 135.000 personas se hayan tratado, y casi todas curadas, con antivirales de acción directa y nos ha situado a la cabeza mundial de la eliminación de esta enfermedad.
Y, aunque sí creo firmemente en la eliminación más pronto que tarde del VHC, todavía nos quedan una cuantos pasos para lograrlo: a) necesitamos que además de cribar a los pacientes en función de la existencia de los factores de riesgo, se cribe en función de la edad; 2) debemos implantar la búsqueda activa de pacientes diagnosticados con anterioridad; 3) tenemos que compartir e implantar las estrategias de micro-eliminación más efectivas; 4) universalizar el diagnóstico en un solo paso, es un paso obligatorio, y adecuar los circuitos de derivación y; 5) en este aspecto necesitamos mejorar mucho, tenemos que establecer registros e indicadores de eliminación del VHC fiables a nivel nacional.
En Cantabria, su tierra, hemos visto como se han llevado a cabo exitosos proyectos de microeliminación del VHC en prisiones. ¿Por qué no se hace esto extensivo al resto del país?
Es cierto que en nuestra Comunidad hemos trabajado en múltiples proyectos que nos han permitido situar a la hepatitis C como una enfermedad residual en nuestro territorio. En este sentido, hemos sido pioneros en la atención a los pacientes judicializados sometidos a penas privativas de libertad y, más recientemente, a penas no privativas de libertad, hemos trabajado mucho en sujetos que consumen o han consumido drogas por vía parenteral, en un grupo poco reconocido como lo son los pacientes con un trastorno mental mayor, etc. Pero también hemos tenido la oportunidad de implementar un plan estratégico para la eliminación de la hepatitis C en población general y seguimos trabajando. La verdad, todo ha sido mucho más fácil de lo que uno se pueda imaginar: cuando con un equipo multidisciplinar fantástico y nuestros políticos, se han dejado llevar por nuestro entusiasmo.
Echando la vista atrás, a sus comienzos como hepatólogo, ¿cómo ha cambiado la atención al paciente? ¿Sigue percibiendo estigmatización del enfermo hepático?
Bueno, el otro día recordaba con unos amigos como antes del descubrimiento del VHC con una frecuencia mucho mayor de la deseable, pensábamos que la causa de la enfermedad (inducida en realidad por el VHC) era el consumo perjudicial de alcohol. Este sigue siendo un estigma para muchos de nuestros pacientes; y la actual denominación de la enfermedad más prevalente del hígado, la esteatohepatitis no alcohólica, no ayuda mucho a disminuir el estigma. Por suerte, es probable que esta denominación cambie por otra más adecuada y más certera, la enfermedad hepática metabólica, que además define con más precisión la enfermedad.
Usted lleva años trabajando con entidades de pacientes como la nuestra, ¿cuál cree usted que debe ser el papel de dichas entidades?
Los avances científico-tecnológicos nos han hecho cambiar profundamente nuestra forma de entender la medicina. Pero, y de una manera no menos radical, se han producido cambios en la relación médico-paciente y en el papel del propio enfermo con respecto a su enfermedad. Hemos pasado de un modelo paternalista a un modelo basado en la responsabilidad compartida y, en este sentido, las asociaciones de pacientes son absolutamente imprescindibles. Facilitar el reconocimiento y la visibilidad de la enfermedad a todos los niveles, luchar contra la inequidad que pueden ocasionar algunas patologías, introducir en la agenda social, y de los políticos, medidas de todo tipo, no sólo sanitarias sino educativas o fiscales, que puedan favorecer una vida más saludable, son sólo algunas de las misiones en las que las asociaciones de pacientes deben trabajar a nivel colectivo. Y, por supuesto, acompañar, aconsejar, ayudar y asesorar a las personas, ya sí con nombre y apellidos, que lo precisen.
Enfermedades hepáticas como la EHGNA tienen una prevalencia enorme y además creciente en nuestra sociedad, sin embargo, la población general desconoce en gran parte esta enfermedad y sus repercusiones, mientras que otras dolencias menos extendidas son muy conocidas. ¿A qué se debe? ¿Estamos haciendo algo mal al respecto?
La EHGNA es una enfermedad hepática potencialmente grave que ocasiona elevados costes sanitarios y una reducción de la calidad de vida. Forma parte de una enfermedad sistémica y se considera el componente hepático del síndrome metabólica, estando asociada (no siempre) a obesidad y diabetes mellitus. Y, efectivamente, como mencionas, cerca de un 25% de la población adulta de nuestra sociedad tiene una enfermedad, más o menos avanzada, por depósito de grasa en el hígado.
Probablemente el motivo de este desconocimiento es multifactorial: 1) Al igual que la mayor parte de las enfermedades hepáticas crónicas, la lenta progresión de la enfermedad y las escasas manifestaciones clónicas durante amplios periodos de tiempo, dificultan el reconocimiento y hacen minusvalorar la potencial gravedad de la propia enfermedad; 2) las enfermedades hepáticas siguen teniendo un estigma notable; de hecho, las enfermedades más frecuentes están asociadas una al alcohol y otra, en gran medida a la obesidad; y 3) a pesar de su prevalencia, la EHGNA no está incluida en las principales estrategias y planes de acción de las agencias de salud a nivel nacional e internacional.
Sin duda, tendremos que hacer un enorme esfuerzo por difundir el conocimiento de esta enfermedad tanto entre la población general como entre los profesionales sanitarios, intentar que los servicios de salud pública entiendan la necesidad implantar programas de prevención a todos los niveles y entender que la salud hepática y una actividad física y peso adecuados, están íntimamente unidos.
Fuente: fneth.org